Colmadas y superadas nuestras expectativas (cinéfilas y marujiles), nos dimos una vuelta por la kasbah y la ciudad amurallada de Ouarzazate, a la sazón la que poseyeron Michael Caine y Sean Connery en El hombre que pudo reinar (John Houston, 1975).
Y luego, en el bazar, y ya sí que rematamos el día, nos esperaba una sorpresa alucinante. Entre regateadores, rezos cinco veces al día y odres polvorientos vimos, negro, sonriente, a lo lejos y solo a…
Freeman, ¡MOR-GAN FREEMAN!
¿Morgan? Lo llamamos esperanzados. ¿Aló? Nos respondió él, amabilísimo, simpatiquísimo. ¿Foto with nosotros, Morgan, please? Qué nervios. Qué momento... ¡qué flaco...