CAMBIO A MI MADRE POR UN CAMELLO. MEJOR VER

Nuestra dosis diaria de aventura marroquí

Rabat, primera parte

¿ Cuando salí de Salé dejé enterrado mi corazón.

CHAOUEN

¿El lugar donde todos los días las cicatrices se marchitan.

Franco, ese hombre

¿ Españoles, el secreto mejor guardado de Chefchaouen.

Morgan, puedo yo foto with you?

¿En cada bazar hay una sorpresa a la vuelta de la esquina...

Ouarzazate, cámara... acción

¿Visita a la meca del cine en África.

Gofio bereber

¿"El sahariano", sabor canario en un zoco de Agadir.

Fez, ciudad imperial y acongojante

¿Recorremos la medina de las nueve mil calles entre cabezas sangrantes de camellos, vendedores ambulantes y, glubs, navajeros por doquier.

Los huevos sobre la mesa

¿El día que Guille miccionó... en la recepción de un hotel.

domingo, 29 de septiembre de 2013

El bazar de las sorpresas

Colmadas y superadas nuestras expectativas (cinéfilas y marujiles), nos dimos una vuelta por la kasbah y la ciudad amurallada de Ouarzazate, a la sazón la que poseyeron Michael Caine y Sean Connery en El hombre que pudo reinar (John Houston, 1975).
Y luego, en el bazar, y ya sí que rematamos el día, nos esperaba una sorpresa alucinante. Entre regateadores, rezos cinco veces al día y odres polvorientos vimos, negro, sonriente, a lo lejos y solo a…
Freeman, ¡MOR-GAN FREEMAN!
¿Morgan? Lo llamamos esperanzados. ¿Aló? Nos respondió él, amabilísimo, simpatiquísimo. ¿Foto with nosotros, Morgan, please? Qué nervios. Qué momento... ¡qué flaco estaba! Como fuera que el hombre era encantador, y que Guille lo llamaba don Morgan, y parece que le hacía gracia, posó para nosotros con una sonrisa.
Qué felices somos, Morgan, le dijimos, deshechos por la emoción. Qué poco creído te lo tienes. Qué gran estrella y qué humano eres al mismo tiempo, Morgan. Aunque... un momento... ¿por qué nos hablas solo en árabe, Morgan? ¿y por qué intentas encasquetarnos una alfombra por 2.000 dirham? ¿y esos dientes amarillos, Morgan? ¿Mor...? ¿por qué corres con nuestro dinero? ¡Morgaaaaaaaaan!

Por lo visto, aquí los bolsos de Chanel del zoco no son lo único falso. Mañana volvemos a Marrakech, no porque se nos olvidara comprar azafrán, que también, sino porque nos pilla de camino hacia el norte. A Fez.

Cartón piedra al canto

Ouarzazate. Ocho horas de camino, las que tardamos en llegar hasta aquí desde Agadir, y todavía nos cuesta pronunciar el nombre de este pueblo barrido por los vientos del Sáhara y al que un detalle lo ha situado en el mapa mundial: es la meca del cine africano. 
Que sí, que tiene una kasbah milenaria del pachá fulano, que si no hay nada igual comparable a sus construcciones típicas bereberes, que si los oasis te dejan ojiplático, que si las rutas en camello son una experiencia religiosa… ya... pero nosotros solo hemos venido a ver una cosa: los estudios de cine más importantes de Marruecos, y los más grandes del mundo, los Atlas Studios, donde se han rodado muchas de nuestras películas prefer… bueno, un montón de películas malas y también algunas obras maestras. En fin, pisar el mismo suelo que Brad Pitt, Monica Bellucci, Sean Connery, Michael Caine, Penélope Cruz o Gérard Depardieu. A ver qué se siente.
Como en su día lo fue Almería con el western, Ouarzazate es desde hace cincuenta años un plató donde se han rodado, y todavía se ruedan, películas de todo pelaje, sobre todo aventureras e históricas.
‘La puerta del desierto’, que así llaman a este sitio singular, tiene una mezcla de paisajes que sirven tanto para un roto como para un descosido cinematográfico: cimas nevadas, llanuras desérticas, fértiles valles, palmerales interminables, espectaculares dunas... Todos amplios, deshabitados y susceptibles de convertirse fácilmente en Somalia, Libia, Egipto, Arabia, Palestina o la Roma antigua.
 Y nosotros, que somos susceptibles de convertirnos también en cualquier cosa, nos perdimos entre cientos de maquetas y decorados creados especialmente para las superproducciones rodadas allí.

La fachada de los Atlas Studios es solo un aperitivo de lo que te vas a encontrar dentro: 
 a medio camino entre murallas árabes y templos egipcios, esconde 160 hectáreas de las que 30 están ocupadas sólo por decorados.

Dentro todavía se conserva un templo tibetano (de 1997 para Kundun, de Martin Scorsese), 
 el mercado de esclavos de Gladiator, 

o el avión utilizado por Michael Douglas en La Joya del Nilo (Lewis Teague, 1985), 
además de una enorme galera abandonada después de mil batallas 

y múltiples construcciones romanas y de inspiración cristiana (ermitas, claustros, etc) típicas de las películas con las que nos amodorran las televisiones cuando se acerca Semana Santa. 





En Ouarzazate se han rodado, entre miles de películas, El hombre que pudo reinar (John Houston, 1975), La última tentación de Cristo (Martin Scorsese, 1988), Los héroes del tiempo (1981), la saga de La Momia (1999), la del Principe de Persia: las arenas del tiempo (Mike Newell, 2010), Lawrence de Arabia, Alejandro Magno, El cielo protector, Sahara (2005), Jesús de Nazareth (Franco Zeffirelli, 1997) Sexo en Nueva York 2 (2011), Spy Game, Astérix y Obélix: misión Cleopatra (2002), Babel (A. Glez. Iñárritu, 2006), El cielo protector (Bernardo Bertolucci, 1990) ...

viernes, 27 de septiembre de 2013

29 de enero de 1960: 11.45 horas

Por un error informático y mental, la entrada sobre Agadir se ha borrado, la reescribiremos en breve.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Última noche en Marrakech

Ya estamos en Agadir. Ayer fue nuestra última noche en Marrakech y quisimos acercarnos al legendario hotel La Mamounia, sinónimo de distinción y glamour, y uno de los más lujosos del mundo. Como no nos sobraban en ese momento unos cuantos miles de dírhams para pernoctar, decidimos entrar (con una pequeña mentira, Alá sepa perdonarnos) sólo para hacernos las finas (a Guille no lo dejaron pasar por llevar pantalón corto) y de paso alguna foto en su precioso jardín.

Después, volvimos al territorio donde nos movemos como peces en el agua, más cutre, más afectuoso y, especialmente, más divertido.




Aquí los mininos son lo maximino

Gatos y gatos. Los marroquíes, y los musulmanes en general, tienen predilección por los mininos, a los que otorgan un carácter sagrado, y éstos están muy presentes en sus vidas. Hay gatos en las mezquitas, en los palacios, en los cementerios... y hasta en la sopa.


Parece que el Profeta tenía una gatita llamada Muezza que se quedó dormida sobre la manga de su túnica antes de que él saliera. Entonces, para no interrumpir su descanso, cortó la tela y abandonó la habitación muy despacio, con extremo cuidado y volviendo la vista hacia atrás enternecido. Al volver, Muezza lo recibió con mimo, arqueando su lomo, y Mahoma entonces le otorgó a todos los gatos la gracia de caer de pie y de entrar en el paraíso.
Por el contrario, ni un solo perro hemos visto pasear sus huesos en lontananza, cuenta algún marroquí que espantan a los ángeles... aunque bien puede ser que uno mordiera a Mahoma, o que le pegara algunas pulgas... lo cierto es que no son bien aceptados por los musulmanes, hasta tal punto si alguno les roza la chilaba, tienen que cambiársela de inmediato porque estaría "impura". ¿Sabías eso? Pues ya sí.






miércoles, 25 de septiembre de 2013

Berebera

Mucho podríamos decir de lo que está siendo nuestro viaje a Marruecos. Mucho que sin embargo será siempre poco en comparación con lo que vivimos, vemos y olemos (los que tenemos ese sentido vigente) cada minuto que pasamos aquí. 

No podemos transmitir la especial sensación del paso del tiempo, la de escuchar la llamada a la oración al amanecer (nosotros también decimos una oración cada vez que la oímos, a eso las seis de la mañana, y empieza por mecagoen...!), o la mirada que se clava detrás de un velo, o el subidón después de un buen regateo, y tampoco podemos transmitir, es imposible, la sensación de miedo, estupor y frustración que sentimos la primera vez que se perdió (sí, otra vez) Quina.

Fue el segundo día por la tarde. Un despiste haciendo las fotos, el ruido del alrededor, el barullo interminable de la plaza, te das la vuelta un momento... y Quina había desaparecido, como engullida entre la multitud. Quizás para siempre.

Después del impacto, empezamos a buscarla alrededor de cada zócalo, gritamos su nombre hasta quedar afónicos, rastreamos decenas de bazares, interrogamos a las paredes, y también a sus amigos los zapateros remendones, increpamos a inútiles policías... Nada. 

No se puede, no, transmitir la sensación de derrota de una pérdida. Ni la confusión del momento en que, a lo lejos, entre una multitud jaleante, en medio de la plaza, la encontramos... ¿herida? ¿perdida? ¿desorientada?... ¿asustada quizás? Nooooo...
Se había integrado en un grupo de músicos bereberes que, por alguna extraña razón, la llamaban Fátima y creían que ella también venía de los altos africanos. E intentaba darnos esquinazo.
Como es imposible transmitir la sensación, dejamos las imágenes para el recuerdo.





Perdidos en Majorelle



El Jardín Majorelle es un punto y aparte, uno más de los muchos puntos y aparte, con los que uno se embelesa en Marrakech.


Lugar increíblemente bello, el artista expatriado francés Jacques Majorelle, allá por 1924, diseñó y enriqueció este espacio con especies procedentes de los cinco continentes: 1.800 variedades de cactus, flores tropicales, plataneras, bambúes, plantas acuáticas, hongos gigantes y 400 variedades de palmeras.

Más tarde, en 1980, Yves Saint-Laurent y su amigo Pierre Bergé lo adquirieron y restauraron.

Hoy, a quien lo visita se le queda grabada en la retina su luz, belleza, colores estridentes, naturaleza desbordante y la paz infinita que desprende. A nosotros también.







Uno a uno

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