CAMBIO A MI MADRE POR UN CAMELLO. MEJOR VER

Nuestra dosis diaria de aventura marroquí

Rabat, primera parte

¿ Cuando salí de Salé dejé enterrado mi corazón.

CHAOUEN

¿El lugar donde todos los días las cicatrices se marchitan.

Franco, ese hombre

¿ Españoles, el secreto mejor guardado de Chefchaouen.

Morgan, puedo yo foto with you?

¿En cada bazar hay una sorpresa a la vuelta de la esquina...

Ouarzazate, cámara... acción

¿Visita a la meca del cine en África.

Gofio bereber

¿"El sahariano", sabor canario en un zoco de Agadir.

Fez, ciudad imperial y acongojante

¿Recorremos la medina de las nueve mil calles entre cabezas sangrantes de camellos, vendedores ambulantes y, glubs, navajeros por doquier.

Los huevos sobre la mesa

¿El día que Guille miccionó... en la recepción de un hotel.

miércoles, 9 de octubre de 2013

Rabat, punto final

En Rabat el sol se pone rojo todas las tardes. Hacia el mar. Es el mismo sol que hoy, punto final de este viaje, ilumina las murallas de arena, las paredes azules y las piedras donde se secan nuestras lágrimas.

Atrás dejamos las mezquitas donde intentamos colarnos sin éxito, la azul e inmensa Kasbah des Oudaïa, los cementerios al borde de la playa, los falsos guías, el ultramoderno tranvía repleto de hiyabs, el hotel lujoso al que no terminábamos de acostumbrarnos, los bocadillos de queso que nos comimos en la estación del tren,  el paseo de los artistas, el arte, la belleza por todos los rincones, la ribera del Bu Regreg y su noria con la que no nos atrevimos, los jardines al lado del cine de películas para gafapastas, la caballería real, los soldados circunspectos a los que no conseguíamos arrancar una sonrisa, el camarero que se reía cuando le pedimos un botellín de Coca-Cola vacío, la vieja medina donde nos perdimos el uno del otro... y nos encontramos, Salé, los vendedores de maletas, los vendedores de pollos, los vendedores de lo que sea... y el Mausoleo de Mohamed V, junto a la Torre Hasán, donde descansan, más que en paz, entre los clicks de cientos de cámaras de fotos, el rey que le da nombre y sus hijos Hasán II y Mulay Abdellah. Más de 400 artistas marroquíes trabajaron diez años (entre 1961 y 1971) para dejarlo así de precioso:



 


Rabat, cadena infinita de recuerdos





Adiós, Rabat..

martes, 8 de octubre de 2013

Guille y Revoltosa

Estamos en Rabat, la cuarta ciudad imperial de Marruecos (las otras tres son Marrakech, Fez y Meknes) y su capital desde 1912. Mañana volvemos a Madrid y dos palabras marcan el ritmo de nuestro estado de ánimo: puñetera congoja.
Rabat es un nuevo mundo, y lo saboreamos como si fueran las últimas migajas de una golosina exquisitísima: con tristeza, con fruición y con la conciencia de que el viaje, dita sea, termina en esta parada.
Empezamos a descubrir la ciudad paseando por sus famosos jardines,

visitando sus monumentos más significativos,
montándonos en su tranvía,
acercándonos al río… ¡un momento! ¿qué eran esas edificaciones que se desdibujaban más allá del río?
Y fuimos corriendo a preguntar al recepcionista del hotel, que para algo somos unos ignorantes, qué sucedía en la otra orilla. Sólo por curiosidad. Es Salé, nos dijo y, abriendo mucho los ojos, añadió: pero a Salé no podéis ir, no, de ninguna manera...
Entonces, como cualquier ser humano con problemas mentales que se precie, quisimos ir a Salé más que nunca, más que nada en el mundo, mientras el de recepción, empecinado, seguía con la cantinela: no hay cosas que ver, es territorio islamista, no hay tiendas para occidentales pero sí una cárcel donde no se respetan los derechos humanos, no hay nadie que sepa tu idioma, no es bonito, no es feo, no es...
¡¡¡¡Taxiiiii!!!! ¡A Salé! Veinte minutos después estábamos allí.

El recepcionista tenía razón en parte: no hay bazar, ni regateo, ni turistas, ni pedigüeños al uso en este pueblo, antiguo refugio de piratas. Y sí una cárcel donde parece que no se comen a besos a la gente. Pero Salé nos conquistó por otras razones...
Todo allí es ajeno a cualquier moda, como un siglo diez encajado en el veintiuno sin grandes conflictos. Todo nos embelesó: la paz del momento, el mar, la luz, su gente, su sencillez, su mezquita, su autenticidad, 

las murallas, los arcos, 
una preciosa madrasa de 1333,
el cementerio con vistas al océano… 
y un mercado donde puedes comprar troncos recién cortados, kaftanes de todos los colores, piedras preciosas a granel, frutas picadas por los pájaros, panes acabados de sacar de un horno de barro...
...o elegir al animal que más te guste para que ipso facto te lo degüellen y pesen (en una balanza de las de antes) y te lo lleves caliente (y sangrante) a casa.
 
Por eso, y porque Guille se hizo íntimo de una cabra llamada Revoltosa, nunca olvidaremos Salé.

domingo, 6 de octubre de 2013

Las cinco oraciones de Chaouen

Amanecemos en Chaouen.
Los gallos corrompen la tranquilidad de la madrugada y los hombres se lavan para la oración del Fajr. Disuelta toda impureza,  el primer rezo  fluye. Transforma.
Telares en marcha. Tiendas de cachivaches. Escaleras abajo, un enjambre de turistas nacidos en el otoño de cielos cenicientos y sin estrellas huye hacia las sombras de la plaza de Uta el-Hammam. Un vendedor de mantas empieza a taladrar. Otro. Y otro. Taladran en todas las lenguas y en todas las direcciones, pero cuentan las monedas con la mirada fija y en árabe.

Viejos con chilabas vuelven el rostro hacia el levante. Recitan su oración del mediodía como un zapato gastado. Su canción, su ruido silencioso. Salat Dhuhur. Entonces asoma la cara el Gernika, mascarón de proa en metamorfosis, y Ana Mari se sienta al timón como una reina, como cualquiera que alguna vez se sentó en un trono. Ana Mari escapó de lo que no es. Y todos los días sus cicatrices se marchitan. 
Huele a pan y a café y la sombra de una rama es igual a su longitud cuando toca la tercera oración de la tarde: salat Asr. Un camello entenebrecido manosea un pedrusco en el bolsillo de su pantalón. No es una historia original. Es vieja como el tiempo. Las mujeres se pelean con la ropa sobre las piedras mojadas del río y pasan los hombres maldiciendo el día. 
Especias. Fútbol. Vasos de té con menta. A una mosca le llega su hora, la misma hora en que empieza la oración del Maghrib y el ocaso se extiende a su punto de fuga. Fiesta del cordero. Hiyabs orgullosos. Algún Niqab. Y los ojos de Sahalam, que llevan dentro humanidades enteras.

Aúlla el muecín. Cuatro veces Allahu Akbar. Los gatos merodean por caminos sembrados de azul hacia la oración de la noche, salat Ishá, y el pueblo se acurruca en el horizonte, como una historia que comienza junto a la montaña y termina en cualquier parte. 
Es la vida la que ruge en Chaouen. No hay suficientes palabras para contarla, pero nosotros, espectadores maravillados de sus ritos cotidianos, la desnudamos en silencio mientras una emoción repentina nos recorre el cuerpo. La primavera ha comenzado.










sábado, 5 de octubre de 2013

Si Franco levantara la cabeza

Españoles, Franco no ha muerto. Lo hemos visto en un pueblo marroquí llamado Chefchaouen donde va contando, a quien lo quiera escuchar, que ha venido aquí  a terminar sus días como los viejos elefantes. Y en el mismo sitio donde inició el Alzamiento.  
Mientras espera que cierre sus ojos la Postrera, se dedica a aporrear la pandereta junto a un viejo legionario que se despistó de la Marcha Verde y de paso se saca unos dirhams para Mirindas. 
Franco, ese hombre, pasa las horas muertas en la plaza del pueblo, y desde allí nos ha pedido que transmitamos este mensaje: "Ojito, que cada vez que veo cómo va España me entran ganas de volver a liarla parda, ¡y eso que yo lo dejé todo atado y bien atado!".

jueves, 3 de octubre de 2013

Mala Fe(z)

Fez. ¿Qué podemos decir de un sitio que, esencialmente, no nos gustó y que era acongojante? Acojonante no. A-CON-GO-JAN-TE. 
Pues diremos, primero, que es una ciudad imperial dividida en tres zonas: Fès el-Jdid, la zona nueva, donde está la Mellah o barrio judío, Fez el-Bali, la zona antigua, dentro de las murallas, y la Ville Nouvelle (Villa Nueva), la zona francesa en el noroeste de la ciudad, con edificios modernos y centros comerciales. 

Diremos que nosotros centramos nuestras energías en la medina de Fez el-Bali, la de las nueve mil calles, y a la sazón la mayor zona peatonal del mundo. Patrimonio de la Humanidad desde 1981 y todo lo que tú quieras, pero por la que mejor no pasear solo de día, y ni acompañado de noche. Acongojante.
 
Diremos, en tercer lugar, que nos quedamos en un riad que era un remanso de paz dentro de esa medina laberíntica donde cruzan sus vidas turistas cartera en mano, vendedores contando monedas, caballos al relinche, camellos esquineros, mendigos que te clavan la mirada, sombras de navajas... Y que, cada día, atravesar el serpenteante laberinto de calles para ir y volver a nuestro alojamiento nos los ponía de corbata.
 



Diremos también que vimos, con una hoja de yerbabuena metida en la nariz para soportar el olor, las viejas y apestosas curtidurías (que para dar suavidad a las pieles utilizan ¡excrementos de paloma!).

Diremos, además, que visitamos mezquitas orientadas a la Meca, mercados con cabezas sangrantes de camellos colgadas en hileras, bellísimas madrasas y uno de los doce palacios reales del país, de gigantescas puertas doradas, donde sospechamos que el monarca alauita Mohamed VI se lo monta de vez en cuando con algunas de las 80 concubinas de su harén secreto.

Y diremos, en fin, que el día más feliz que pasamos en Fez fue el día en que nos marchamos de allí.

Rumbo a Chefchaouen.

Uno a uno

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